lunes, 29 de octubre de 2012

Alojado en el paraíso


Quince años en la casa de mi abuela; tres años en la calle (incluidos tres horripilantes meses en Maranga); un año y medio en el hospital; trece años institucionalizado (incluidos seis meses viviendo solo); seis años viviendo con mi hermana (incluidos tres meses viendo en Italia y diez meses más procurando una segunda oportunidad); seis meses internado en un puto hospital por una maldita ulcera; cinco meses (los últimos) viviendo con mi cuñado. Llegó la hora de volver a salir, empujado nuevamente por las circunstancias, buscar mi propio destino. Sólo tengo un mes buscando el lugar apropiado o, mejor dicho, que tenga o junte las condiciones mínimas para poderme desplazar con mi silla de ruedas a la que estaré confinado hasta mis últimos días.  Resulta difícil encontrar un lugar con esas características y es más difícil que alguien quiera arrendármelo. Mientras tanto un viejo amigo me alojó en su casa de campo por estos días. Aquí hay sol todo el día, sólo se escucha el vaivén de los arboles con el pasar del viento, por las mañanas el cántico calenturiento de los pájaros y de cuando en cuando el ladrido de uno que otro perro. Por la noche un silencio total. Cero contaminación: cero aire contaminado, cero contaminación sonora, cero contaminación visual. Hasta que encuentre algo apropiado (y espero que sea pronto) aquí se está cómodo. Pero tengo que partir lo antes posible, y no es que no me sienta bien aquí, todo lo contrario: estoy mejor atendido que nunca; pero también deseo regresar a mis quehaceres diarios, entrenar, moverme todo el día a pesar de mis limitaciones, a pesar de las múltiples contaminaciones de la ciudad, a pesar de no saber donde estaré y si finalmente sobreviviré. Quiero regresar por todo lo mencionado y por ella, desde luego, o por ella, precisamente, y lo mencionado anteriormente en realidad no me interesa mucho como creo y es sólo un pretexto.

E.

lunes, 22 de octubre de 2012

Yo tengo un sueño




Doy vueltas sobre la cama con dificultad, acomodo la almohada. Son casi las dos de la mañana y no cojo sueño. Sé que a esta hora debería estar dormido pero es difícil. Me llevo el brazo a la cara. Vuelvo a acomodar la almohada pero no encuentro la posición correcta. Sufro de insomnio, qué remedio. A esto se suma el dolor de todo el cuerpo, constante por el tipo de discapacidad, y, como si fuera poco, tengo que dar vueltas con frecuencia para no apoyar las zonas débiles a fin de no hacer una ulcera o escara. Si eso sucediera volvería a tener que estar seis meses internado como la última vez, sin poder moverme en absoluto.




















Tengo un bicho en la mente, eso hace que no pueda conciliar lo poco que puedo dormir. Estoy dándole vueltas a un asunto y me doy vueltas yo también y le sigo dando vueltas y vueltas a la idea, es más, ya empecé a buscar información. Estoy juntando todos los papeles necesarios y en algunos días los tendré. Este proyecto durará tres años, hoy fui a buscar la ultima información y todo está a mi favor. Espero que continúe así, llegó la hora de hacer algo a futuro, para mi futuro, claro. No sé si será fácil, seguramente no; pero lo lograré, daré todo de mí, pondré en practica mi lema: EL  IMPARABLE. No pararé hasta lograrlo, además, ya se lo pedí al zambo (el señor cautivo de Ayabaca) y al vago de octubre (el señor de los milagros), me confirmé con su corbata y todo. A lo mejor algún religioso que lea esto se sorprenderá con los sobrenombres, pero es sin mala leche, señores, es el grado de confianza (comprendan) que tengo con ellos y ellos me entienden, por lo menos eso creo. Me enrolaré a las aulas, seré un estudiante a mis casi treinta y ocho abriles. Sé que el zambo y el vago no me abandonarán esta vez. Pero, ojalá me ayuden también a dormir...

domingo, 14 de octubre de 2012

Qué sorpresa

Llamo a la mujer de mi vida. Necesito escuchar su voz aunque sea en el auricular. La llamo pero no contesta. Intento varias veces y a sus tres teléfonos y todos apagados, al parecer. Anoche hablamos hasta cerca de las cuatro de la mañana (madrugada), hasta tuvo que cambiar el chip del equipo porque se le había agotado una de las baterías. Pero hoy, sin embargo, no contesta. Miro el noticiero del domingo mientras fumo un cigarrillo. Vuelvo a marcar a sus tres teléfonos y sigo sin obtener respuesta. Automáticamente entra la grabadora: por favor, de su mensaje en la casilla de voz. Cuelgo el teléfono con cierta bronca y lo lanzo sobre la cama. Me vuelvo a tapar de pies a cabeza para que no me entre frío y comience el dolor. Después de unos minutos me encuentro en el límite entre estar despierto y dormido. Pienso: qué rico, me quedaré dormido una hora como mínimo. Al audio de la televisión lo escucho cada vez más y más lejos. Sólo es cuestión de unos segundos y estaré profundamente dormido. De pronto sonó esa melodía romántica que tengo en el teléfono. Debe ser la mujer de mi vida, me digo. Pego un salto hasta el teléfono y miro el número de la llamada entrante: no es ella, es un numero no registrado. Me lleno de ira, me han interrumpido mi trance onírico. ¿Quién será? Aprieto la tecla verde y después de decir ¿Alo? del otro lado escucho que me responde una voz de mujer: hola, hijito. Por unos segundos me quedo congelado. No es la mujer de mi vida, eso está claro; es, más bien, la que debería ser la mujer de mi vida: mi madre. La escucho por casi cuarenta y cinco minutos. Yo estoy bastante desconcertado, mi madre nunca me llama por teléfono. No termino de entender por qué ha intentado comunicarse conmigo, todo el tiempo me dice: hijito, hijito, hijito, como si tuviéramos una relación compenetrada de toda la vida. Por supuesto, no la tenemos. Nunca la tuvimos. Yo la trato de usted con cierto recelo y temor. Ella sigue hablándome con tanto cariño que hasta pienso que, a lo mejor, se ha confundido de hijo. Pero luego dice mi nombre y yo siento que nada de esto puede estar pasando. Terminamos de hablar. Nos despedimos, ella vuelve a decirme hijito. Y yo hago un esfuerzo para llamarla madre
Cuelgo.
Pasan las horas y sigo sin entender su llamada, pero de lo que sí estoy seguro es que por lo menos me daré una oportunidad a fin de mantener algún tipo de relación con ella. Será difícil, desde luego, pero no imposible. Estaré a disposición.
E.

viernes, 12 de octubre de 2012

Pa lante...


Detrás para delante, pa lante, pa lante, chico, pa lante y no pares. El día no fue propicio para arrancarme una sonrisa, el cielo me pareció más gris que nunca. ¿Lloverá? Comienza a caer la noche en esta Lima indescifrable. Los primeros faroles se encienden. Sigo pa lante, con la mano todavía adormecida de haber tenido sujeta la raqueta con una cinta adhesiva durante cuatro horas seguidas. Así es el tenis para mí. Así tengo que jugar de lo contrario se me caería la raqueta. El tráfico aumenta, es hora punta. Concierto de claxon en todas las avenidas. Tengo que estar atento, no quiero ser parte de la estadísticas de los atropellados en esta ciudad confusa y desordenada. Avanzo por toda la ciclo vía de la avenida Salaverry. Me detengo en el primer semáforo entre los ministerios de Trabajo y Salud que, por cierto, es lo que menos tenemos o, más bien, en lo que peor estamos. Luz verde. Cruzo la pista mirando a todos lados, no se me vaya a cruzar una combi asesina y adiós. Felizmente cada vez siento más la calentura del cuerpo, así ya no me hace sentir frío, aunque el viento y la humedad acarician mi cara y algunas gotas se precipitan del cielo. No se anima a llover del todo. De pronto pierdo la concentración en la ciclo vía dejando volar mis sueños: me encuentro en el Dibós jugando rugby, anotando miles de puntos. En una fracción de segundo estoy nuevamente en la ciclo vía, la rueda delantera de mi silla se encontró con una pequeña e insignificante piedra, casi del tamaño de un grano de maíz, que amenazaba con hacerme perder el equilibrio. Ahora sé dónde estoy: en la ciclo vía, literalmente. Pero sé dónde estaré: en el Dibós jugando rugby. Muy pronto, ya verán. Vamos pa lante, pa lante...

E.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Blogueando


Siento como brasas ardiendo en mi interior, brasas al rojo vivo. A pesar de mi discapacidad física  ellas persisten, me motivan, me levantan, me hacen volar.
¿Por qué escribo un blog? Todavía no lo tengo muy claro. No intento ganarme amigos, los que tengo me son más que suficientes. Desconfío de la gente que tiene muchos amigos, seguramente porque en el fondo pienso que la amistad está sobrevalorada en estos días. Pero sí creo en los  enemigos, ellos son más fieles, siempre estarán ahí para ponerte el pie, para verte caer, para burlarse después. Sólo cuando te vean perdido ellos se sentirán afortunados de haber estado contigo. Así te partas el alma o termines con un par de dientes menos en esas caídas hondas (mismo panelista de Laura Bozzo), ellos, los enemigos, no se apiadarán. Y yo, a lo mejor, he acumulado muchas enemistades.
Voy a cumplir treinta y ocho años, más de la mitad de mi vida la estoy pasando sentado en una silla de ruedas. Sin embargo, me siento cómodo, y no lo digo por el confort, desde luego, sino por la paz que encontré en esta silla. Probablemente de pie no hubiera llegado a los treinta y ocho,  señores, pero aquí estoy.
Bienvenidos mi blog: 1994 el imparable. Escogí ese nombre por que desde ese año deje de caminar, de correr, de saltar, deje de ser imparable para la mayoría. Pero, si bien no puedo sostenerme sobre mis pies, yo siento que sigo siendo imparable porque me gusta hacer las cosas sin detenerme jamás.

E.