jueves, 21 de febrero de 2013

Babeando


Hace casi un mes tuve una entrevista de trabajo. Tenía que sacar las camisas de una maleta que tenía guardadas durante meses (casi año y medio, o más). No me pongo camisas, las usaré, a lo mucho, cinco veces al año y no estoy exagerando. Siempre me las plancharon y me ponían lo botones y me las colocaban así abotonadas como si fuera un polo.
Después de la entrevista el trabajo ya era una realidad, me indicaron, sin embargo, que usaría camisas todos los días. Llegué a casa, metí mis camisas a la lavadora y después de ochenta y cinco minutos ya estaban para tenderlas. Cojo los colgadores las coloco en el cordel.
Al día siguiente  voy en busca de las camisas, las pongo sobre la cama, jalo el planchador y me dispongo a plancharlas. Recuerdo las recomendaciones de mi abuela (la mamita Raquel), primero el cuello, seguido las mangas y pechera y después la espalda. Listo. Hacer eso me tomó  una hora y media… ¡que cólera! ¡Hora y media para una camisa! Y son siete camisas las que tengo que planchar... ¡Siete!
Pero el reto mayo era ponerle los botones. Pongo  una camisa sobre la cama y me dispongo a abotonarla. Es imposible. Reniego. Respiro profundo y vuelvo a la carrera. Para poner un botón dentro del ojal del pantalón demoro casi veinte minutos, estos sin cinco botones son más pequeños, por lo tanto son más difíciles de abotonar.
Doy vueltas alrededor de la cama y cojo la segunda camisa. Mientras plancho pienso qué hacer con el asunto de los botones. Se me ocurrió llevar el botón con su respectivo ojal a la boca, empujar el botón con los dedos por un lado y por el otro jalarlo con los dientes. Probé y tuve éxito. La primera camisa está lista. La reviso por si acaso no me haya saltado un botón o esté puesto en el ojal equivocado. Pero no me equivoqué, gracias a Dios. Mi camisa terminó llena de babas, no queda de otra que volver a ponerla en el planchador y volver a planchar esa zona para secar mis babas.
Así que ya saben, si me ven con una camisa y huelo a babas es producto de mi dificultad al no poder hacerlo de la manea que ustedes lo hacen.
Después de quince días estoy batiendo mi propio récord. Ahora demoro cuarenta y cinco minutos en planchar y babear una camisa y unos treinta minutos con un pantalón.