Despertar y reconocer otra
vez, como todas las mañanas, que no puedo levantarme.
El hecho de empezar el día:
ir a la ducha, trasladarme de la silla de ruedas a la silla de baño con éxito, haciendo
movimientos milimétricos y esperar —Dios mediante— no terminar
en el suelo, es complicadísimo. Pero coger
el frasco de shampoo y echármelo en el pelo, coger el jabón y deslizarlo
por todo el cuerpo y terminar de jabonarme con éxito es más que
complicado, es imposible. Suelo tener dos jabones en la ducha porque a menudo
se me resbalan de las manos. Si
mi lesión medular fuera dos vértebras más abajo, eso no sucediera.
Pero no lo es.
Suelo
ir a la ducha con el teléfono por si termino en el suelo del baño, un
movimiento erróneo o un resbalón y
estaría perdido. Con el teléfono podría llamar a alguna persona
para que acuda auxiliarme. Llevo viviendo un mes solo y —gracias a Dios, que no sé cómo ni por qué
no me ha abandonado— no he tenido la
necesidad de hacer uso del teléfono.
Espero nunca usar el
teléfono. ¿Cuánto tardaría la primera persona que se me ocurra llamar en llegar a auxiliarme? Calculo
que una hora y sólo si es que está disponible; si no, la espera se prolongaría quien
sabe por cuánto tiempo.
Al término de la ducha de
rigor, tengo que secarme bien todo el cuerpo porque si dejo partes con jabón,
es decir resbalosas, para mí es fatal.
En fin…, este ritual de limpieza
dura aproximadamente entre ochenta a noventa minutos. Qué joda que resulta
hacer esto, deberíamos pasarnos sólo la lengua como los gatos y listo.
Lo que tú haces en un tiempo
determinado yo tengo que usar, por lo menos, tres veces más de ese tiempo.