domingo, 14 de octubre de 2012

Qué sorpresa

Llamo a la mujer de mi vida. Necesito escuchar su voz aunque sea en el auricular. La llamo pero no contesta. Intento varias veces y a sus tres teléfonos y todos apagados, al parecer. Anoche hablamos hasta cerca de las cuatro de la mañana (madrugada), hasta tuvo que cambiar el chip del equipo porque se le había agotado una de las baterías. Pero hoy, sin embargo, no contesta. Miro el noticiero del domingo mientras fumo un cigarrillo. Vuelvo a marcar a sus tres teléfonos y sigo sin obtener respuesta. Automáticamente entra la grabadora: por favor, de su mensaje en la casilla de voz. Cuelgo el teléfono con cierta bronca y lo lanzo sobre la cama. Me vuelvo a tapar de pies a cabeza para que no me entre frío y comience el dolor. Después de unos minutos me encuentro en el límite entre estar despierto y dormido. Pienso: qué rico, me quedaré dormido una hora como mínimo. Al audio de la televisión lo escucho cada vez más y más lejos. Sólo es cuestión de unos segundos y estaré profundamente dormido. De pronto sonó esa melodía romántica que tengo en el teléfono. Debe ser la mujer de mi vida, me digo. Pego un salto hasta el teléfono y miro el número de la llamada entrante: no es ella, es un numero no registrado. Me lleno de ira, me han interrumpido mi trance onírico. ¿Quién será? Aprieto la tecla verde y después de decir ¿Alo? del otro lado escucho que me responde una voz de mujer: hola, hijito. Por unos segundos me quedo congelado. No es la mujer de mi vida, eso está claro; es, más bien, la que debería ser la mujer de mi vida: mi madre. La escucho por casi cuarenta y cinco minutos. Yo estoy bastante desconcertado, mi madre nunca me llama por teléfono. No termino de entender por qué ha intentado comunicarse conmigo, todo el tiempo me dice: hijito, hijito, hijito, como si tuviéramos una relación compenetrada de toda la vida. Por supuesto, no la tenemos. Nunca la tuvimos. Yo la trato de usted con cierto recelo y temor. Ella sigue hablándome con tanto cariño que hasta pienso que, a lo mejor, se ha confundido de hijo. Pero luego dice mi nombre y yo siento que nada de esto puede estar pasando. Terminamos de hablar. Nos despedimos, ella vuelve a decirme hijito. Y yo hago un esfuerzo para llamarla madre
Cuelgo.
Pasan las horas y sigo sin entender su llamada, pero de lo que sí estoy seguro es que por lo menos me daré una oportunidad a fin de mantener algún tipo de relación con ella. Será difícil, desde luego, pero no imposible. Estaré a disposición.
E.

1 comentario:

  1. Como dice el gran Ruben Blades: "la vida te da sorpresas", en realidad a todos. No se si fue tu intencion, pero aquello de pensar que se confundio de hijo me parecio muy gracioso, disculpa si para ti no lo es. Aplaudo tu iniciativa de estar a disposicion para tu madre, y creo, por lo que escribes, que ya tenias una relacion con ella, que bueno que trates de enfocarla de otra manera, el corazon de ambos saldra ganando.

    ResponderEliminar